Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos una reunión y dijeron: ¿Qué hacemos, pues este hombre hace muchos milagros?
Si le dejamos así, todos creerán en Él, y vendrán los romanos y destruirán...
(Jn.,11,47 s.)
- Si Cristo dice, piensa y obra la verdad, ¿qué hay que hacer? Aceptarle, sin más. Pero, ¡es que fastidia y trae consecuencias! ¿Y qué?, ¿no es más problema vivir sin Cristo y al margen de Cristo? ¡Qué absurdos se siguen cuando, a sabiendas, no se acepta a Cristo!: el corazón no vive tranquilo, se atropella a los demás, se quiere olvidar, se procura aquietar la conciencia, y hasta se realizan una serie de cosas “religiosas...” Todo para huir de la verdadera religión: relacionarse íntimamente con Cristo que vive entre nosotros, en el prójimo...
- Cuando uno está situado, es difícil arrancarle de la comodidad. Una sociedad podrida tampoco quiere salir de su “impasse”. Y mientras tanto se crucifica a Cristo. Las excusas son a miles: vale más mal conocido que bueno por conocer... Pero Cristo sigue anunciando el mandamiento del amor, que está casi sin estrenar en el ambiente social... Cristo se valdrá de otros que no aman (y que odian) para zarandearnos y despertarnos de nuestra pesadilla. ¡Cuánto le duele a Cristo tener que permitir esos rodeos!
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