Jesús dijo: Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos.
Oyeron esto algunos fariseos y dijeron: ¿Acaso nosotros somos ciegos?... (Jn.,9, 39 s.)
- Jesús acababa de curar a un ciego. Los sabios no quisieron encajar la lección. No podía ser. Para el “ciego” la cosa estaba clara. Para los “sabios”, también, pero en sentido contrario. ¿Quién tenía razón? El ciego curado, arrodillado, reconoce que Cristo es el Hijo de Dios. Los fariseos se aferran más a su incredulidad. Y todo lo hizo el mismo milagro, el mismo Cristo. Pero los corazones eran distintos...
- La esperanza y la desesperación son de signo contrario. Los mismos acontecimientos, las mismas “desgracias” y sinsabores, producen una u otra. ¿Por qué? Unos creen en Cristo, y viven de esta fe; otros no viven esta fe, aunque a veces dicen que la tienen. Unos ven donde los otros no ven nada. Unos extraen el néctar y otros el veneno. A unos les curte el mar y a otros los traga. Todo lo hace el aceptar o no a Cristo, pero con todas las consecuencias.
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