Acerca de nosotros

Somos un grupo de cursillistas que vivimos en Canadá y queremos ser fieles al Carisma Fundacional del Movimiento. Carisma recibido por Eduardo Bonnín, fundador del mismo. Nuestro deseo es propagar el Carisma del Movimiento. De esta manera se podrá continuar con lo que Eduardo fundó. Evitando así las desviaciones, modificaciones o agregados que con buena intensión se hacen pero que se alejan de lo que son verdaderamente los Cursillos de Cristiandad.

Eduardo define así:

"El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta, y por la gracia de Dios, trata de conseguir que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario".

sábado, 20 de febrero de 2021

No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás

Serie de catequesis sobre las Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo, parte 4, 19 febrero 2020

Bienaventurados los mansos 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

En la catequesis de hoy abordamos la tercera de las ocho bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra». 

El término “manso” usado aquí significa literalmente dulce, suave, gentil, no violento. La mansedumbre se manifiesta en los momentos de conflicto, se puede ver por la forma en que se reacciona a una situación hostil. Cualquiera puede parecer manso cuando todo está tranquilo, pero ¿cómo reacciona “bajo presión” si es atacado, ofendido, agredido? 

En un pasaje, San Pablo recuerda «la mansedumbre y la dulzura de Cristo». Y San Pedro, a su vez, recuerda la actitud de Jesús en la Pasión: no respondió ni amenazó, porque «se confió al que juzga con justicia». Y la mansedumbre de Jesús se ve con fuerza en su Pasión. 

En la Escritura la palabra “manso” también indica el que no tiene propiedad de la tierra; y por lo tanto nos llama la atención el hecho de que la tercera bienaventuranza diga precisamente que los mansos “heredarán la tierra”. 

En realidad, esta bienaventuranza cita el Salmo 37, que escuchamos al principio de la catequesis. Allí también la mansedumbre y la posesión de la tierra están relacionadas. Estas dos cosas, pensándolo bien, parecen incompatibles. De hecho, la posesión de la tierra es el ámbito típico del conflicto: a menudo se lucha por un territorio, para conseguir la hegemonía de una determinada zona. En las guerras, el más fuerte prevalece y conquista otras tierras. 

Pero observemos con atención el verbo utilizado para indicar la posesión de los mansos: no conquistan la tierra; no dice “bienaventurados los mansos porque conquistarán la tierra”. La heredan. Bienaventurados los mansos porque “heredarán” la tierra. En las Escrituras, el verbo “heredar” tiene un significado aún más grande. El Pueblo de Dios llama “herencia” precisamente a la tierra de Israel, que es la Tierra de la Promesa. 

Esa tierra es una promesa y un regalo para el pueblo de Dios, y se convierte en un signo de algo mucho más grande que el mero territorio. Hay una “tierra” —permitidme el juego de palabras— que es el Cielo, es decir, la tierra hacia la que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia la que vamos. 

Entonces el manso es aquel que “hereda” el más sublime de los territorios. No es un cobarde, un “perezoso” que se encuentra una moral cómoda para no meterse en problemas. ¡Nada de eso! Es una persona que ha recibido una herencia y no quiere dispersarla. El manso no es una persona complaciente, sino el discípulo de Cristo que ha aprendido a defender otra tierra bien distinta. Defiende su paz, defiende su relación con Dios, defiende sus dones, los dones de Dios, defiende la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Porque las personas mansas son personas misericordiosas, fraternas, confiadas y personas con esperanza. 

Aquí debemos mencionar el pecado de la ira, un gesto violento cuyo impulso todos conocemos. ¿Quién no se ha enfadado alguna vez? Todos. Debemos volver al revés la bienaventuranza y preguntarnos: ¿Cuántas cosas hemos destruido con la ira? ¿Cuántas cosas hemos perdido? Un momento de ira puede destruir muchas cosas; se pierde el control y no se valora lo que es realmente importante, y se puede arruinar la relación con un hermano, a veces sin remedio. Por la ira, tantos hermanos no se hablan, se alejan uno del otro. Es lo contrario de la mansedumbre. 

La mansedumbre reúne, la ira separa. La mansedumbre, en cambio, conquista muchas cosas. La mansedumbre es capaz de ganar el corazón, salvar amistades y mucho más, porque las personas se enfadan pero luego se calman, se replantean las cosas y vuelven sobre sus pasos, y así se puede reconstruir con la mansedumbre. 

La “tierra” a conquistar con la mansedumbre es la salvación de aquel hermano del que habla el mismo Evangelio de Mateo: «Si te escucha, habrás ganado a tu hermano». No hay tierra más hermosa que el corazón de los demás, no hay territorio más bello que ganar la paz reencontrada con un hermano. ¡Y esa es la tierra a heredar con la mansedumbre!

Papa Francisco

No hay comentarios:

Publicar un comentario