Acerca de nosotros

Somos un grupo de cursillistas que vivimos en Canadá y queremos ser fieles al Carisma Fundacional del Movimiento. Carisma recibido por Eduardo Bonnín, fundador del mismo. Nuestro deseo es propagar el Carisma del Movimiento. De esta manera se podrá continuar con lo que Eduardo fundó. Evitando así las desviaciones, modificaciones o agregados que con buena intensión se hacen pero que se alejan de lo que son verdaderamente los Cursillos de Cristiandad.

Eduardo define así:

"El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta, y por la gracia de Dios, trata de conseguir que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario".

miércoles, 14 de abril de 2021

El nacimiento de método - parte 2

Aquel encuentro tuvo ya todos los elementos esenciales del cursillo de cristiandad, con las excepciones del primer y el último de los temas tratados, que no se conformaran definitivamente en el método hasta la década de los 50.

He oído reiteradas veces a Bonnín afirmar que desde ese cursillo de Cala Figuera, en todos los demás a que ha asistido ha seguido utilizando físicamente los mismos esquemas, materialmente los mismos papeles; queriendo así certificar que aquel fue ya íntegramente un auténtico Cursillo. Mi experiencia propia asevera este dato, si bien hay que complementarlo con el hecho de que en cada ocasión Bonnín tiene a la vista el esquema básico y un gran número de «fichas» en cartulina, que va renovando y acoplando en función de los problemas y posicionamientos concretos de los cursillistas, y que intercala con asombrosa naturalidad, haciendo que sus rollos –sus charlas– siempre sean distintos de una a otra vez, con ideas, vivencias y comparaciones –sus personalisimas «parábolas»– que parecen a cada uno de los oyentes –como así son–, dirigidos práctica y directamente al corazón de su concreto problema.

Sin duda, el Cursillo de Cala Figuera fue un auténtico cursillo de cristiandad también por sus frutos de conversión personal y proyección ambiental. Y sin duda, los demás dirigentes de la Acción Católica diocesana pensaron que era simplemente un nuevo Cursillo de Peregrinos más corto, con una serie de innovaciones muy en línea con «las cosas de Eduardo», que en la práctica se habían revelado más eficaces que «las cosas de Madrid», y, por tanto, eran dignas de repetirse; aunque se mantuvo la polémica de si debían especializarse los Cursillos por la cultura y la religiosidad de sus asistentes, Para Bonnín, como queda dicho, la experiencia abierta e interclasista que le había supuesto su servicio militar, convertía este punto en esencialísimo e irrenunciable.

Se celebró, a partir de Cala Figuera, aproximadamente un Cursillo de éstos al año, en medio del escepticismo de todos, menos el de Bonnín y el de quienes habían asistido a los anteriores. Estos nuevos Cursillos se intercalaron hasta 1948 con otros de Jefes y Adelantados de Peregrino, que seguían impartiendo en la Isla los dirigentes nacionales de Acción Católica.

El segundo Cursillo de Cristiandad (aunque entonces solamente se llamaban Cursillos, a secas), tuvo lugar en el Santuario de San Salvador, en Felanitx, también en la zona sur de la Isla, como el anterior; se celebró en septiembre de 1946, actuando de Director Espiritual nuevamente D. Juan Juliá; de «rector», el propio Eduardo Bonnín; y de profesores, Antonio Ruíz y Guillermo Estarellas, dos dirigentes juveniles de Acción Católica que adquirirían después un considerable protagonismo.

Al acto de clausura del Cursillo de 1946 asistió ya el Consiliario diocesano Sr. Dameto, en lo que constituyó sin duda el primer espaldarazo que la Iglesia diocesana, como tal, dio al nuevo sistema.

El tercer cursillo de la historia se celebró en 1947, del 16 al 20 de abril, dirigido espiritualmente por D. José Estelrich, con Eduardo Bonnín de rector y un solo profesor, José Seguí.

En 1948 fueron dos los cursillos que se impartieron con el nuevo método, y en fechas muy próximas entre sí. El primero de ellos se dio en Semana Santa, y en él dirigió el «retiro espiritual» el Padre Amengual y asumió la dirección espiritual el Padre Bartolomé Nicoláu, mientras actuó de rector José Ferragut, integrando su equipo de profesores Bonnín, Bartolomé Riutort y Juan Mir.

El siguiente Cursillo tuvo lugar en el mes de abril, también de 1948, bajo la dirección espiritual compartida de D. José Estelrich y D. Miguel Sastre, siendo su rector nuevamente Bonnín, y profesores Onofre Arbona y Antonio Salvà.

Hay dos rasgos peculiares de aquel Cursillo de la Semana Santa de 1948 que conviene subrayar.

Por una parte, se produjo en él por primera vez la distinción entre el sacerdote que impartió el «retiro espiritual» y el que dirigió espiritualmente el Cursillo propiamente dicho. Pocos sacerdotes estaban entonces en disposición de interrumpir sus actividades durante tres días y medio para dedicarlos a un método nuevo, diseñado por seglares, aún poco prestigiado y carente de estipendio. En cambio, era mucho más fácil convencer a reverendos inquietos y con prestigio para que dedicaran la tarde inicial del Cursillo y las primeras horas del día siguiente a exponer tres meditaciones sobre temas que ya les eran familiares, por estar entresacados del libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. El sacerdote director del Retiro regresaba a sus quehaceres ordinarios al terminar su intervención, es decir, antes de que se levantara la petición del rector de que los asistentes guardaran silencio, por lo que no llegaba a entrar en contacto personal con los cursillistas, ni con el ambiente específico del Cursillo.

El segundo rasgo destacable de este IV Cursillo es que el equipo seglar que lo dirigió integra quizá como ningún otro a los laicos que pueden considerarse a mi entender como fundadores del Movimiento en el más estricto sentido. De ellos, Bonnín y Riutort seguirán después activamente presentes en Cursillos hasta hoy mismo, y en cambio Ferragut y Juan Mir dejaran muy pronto cualquier protagonismo en el Movimiento, sin traumas ni rupturas. Es evidente que, de los cuatro, fue Bonnín el que plasmó el proyecto en esquemas de concepto y en directrices metodológicas, además de impulsar casi en solitario su puesta en práctica inicial; pero los otros tres estuvieron también implicados desde el primer momento. Con sus observaciones matizaron muchos elementos teóricos de Eduardo –sobre todo, Ferragut y Mir–, y con su apoyo práctico –especialmente Riutort– dieron forma concreta a lo que pudo quedarse en otro caso en un simple proyecto.

Tuve ocasión de conocer tanto a Pepe Ferragut como a Juan Mir, antes de que fallecieran, y creo interesante relatar brevemente esos encuentros para perfilar algo que creo siempre ha quedado desdibujado en las narraciones históricas de Cursillos. Estos dos seglares, protagonistas como pocos de la prehistoria de Cursillos junto a Bonnín, desaparecieron del entramado visible e institucional del Movimiento casi enseguida, y personalmente yo sentía mucha curiosidad por averiguar si este apartarse había obedecido a disensiones teóricas o a incompatibilidades prácticas de ambos con Bonnín –o con otros protagonistas ulteriores de Cursillos– o se debía a otras causas.

Cuando me encontré con Ferragut, a mediados de los 60, descubrí a un hombre que respiraba humanidad y sentido del humor; se excusaba de que su dedicación profesional a la arquitectura, a niveles de auténtica vocación, le hubiera hecho abandonar la actuación «apostólica», porque entendía entonces, en los años 40 y 50, que su posible labor era ya innecesaria, ante el fuste y la personalidad de Bonnín y de los demás seglares que Cursillos hizo aflorar. Ahora en cambio, lamentaba que no hubiera más seglares destacados próximos a Eduardo; y me encarecía que asumiera yo un papel que seguramente él habría debido «cumplir».

El caso de Juan Mir a quien conocí por las mismas fechas– era muy distinto. Era uno de los supuestos en los que resulta imposible saber donde termina la timidez y donde empieza la humildad o viceversa, Había seguido siempre «apostólicamente» activo, pero siempre entre bambalinas, rehusando intervenir en los actos que mínimamente pudieran calificarse como «de masas», y ante cualquier auditorio incluso menor que incluyera a no creyentes, que parecían ponerle por ese mismo hecho el alma en carne viva. En consecuencia, nunca hubo forma de volver a contar con él para intervenir públicamente en un Cursillo, una clausura o una Ultreya, cuando el Movimiento tomó volumen; pero resultaba entrañable y de una profundidad muy singular en el contexto de un pequeño grupo o de una Escuela de Dirigentes, donde «hubiera confianza». Su admiración por Eduardo era sólo pareja al enorme respeto que Bonnín mostraba hacia él, cortando amablemente cualquier intento que los demás hiciéramos de romper su aparente «complejo» y comprometerle más públicamente, Además, por aquellos años 60 estaba ya diagnosticado el cáncer que padecía, ante el que tenía una actitud irrepetible: por una parte se le notaba aprensivo y casi hipocondríaco, siempre pendiente de su medicación y alimentación; y por otra lo aceptaba con sencillez rotunda, como «una de las pocas ocasiones de hacer algo serio. que le había dado Dios», al poder llevarlo con serenidad.

Regresemos al relato básico.

Durante aquellos años, entre 1944 y 1948, se fueron formando por tanto en Mallorca diversos núcleos de cursillistas –unos captados por los nacientes Cursillos de Cristiandad, y otros procedentes de la Acción Católica y ahora «relanzados» a través de los Cursillos de Adelantados y Jefes de Peregrino–, que mostraban un estilo y una dimensión nueva del Cristianismo, realmente joven y masculina, que contrastaba claramente dentro del desprestigiado catolicismo de la Isla.

En los núcleos rurales iniciales –Felanitx, Son Mesquida, Calonge, Inca y Manacor– el grupo se orbitaba a través de dirigentes seglares locales, como Miguel Fiol, Onofre Arbona, Francisco Oliver, etc.

En la capital, Palma, el grupo inicial de cursillistas se articulaba a través de la Escuela de Dirigentes de los jóvenes de Acción Católica, a la que, ante su empuje y crecimiento, comenzaron a prestar atención reverendos muy cualificados, y muy singularmente el Padre Gabriel Seguí, de los Sagrados Corazones, que impartía en ella un curso completo sobre Estudio y Meditación de los Evangelios, que aún recuerdan muchos de aquellos pioneros; más esporádicamente colaboraron también con la Escuela en esta fase, D. Sebastián Gayá y el Padre Bartolomé Nicoláu, franciscano de la Tercera Orden Regular.

Entre los seglares integrantes de aquella Escuela de Dirigentes deben destacarse –aparte, como es lógico, de Eduardo Bonnín, Jose Ferragut y Juan Mir–, los ya también citados Riutort, Guillermo Estarellas, Antonio Ruíz, Miguel Fiol y Onofre Arbona, junto a otros no menos significativos en esta fase de alumbramiento del nuevo método: Bernardo Ribas, Vicente Bonet, Jerónimo Salleras, Antonio Frau, Fausto Morell, Miguel Mulet, Pascual Moragón, Viver, etc.

Esta Escuela fue considerada institucionalmente como el núcleo fundacional de los Cursillos, y por ello, como veremos, Monseñor Hervás tuvo desde el principio de su mandato como Obispo en Mallorca, una especial consideración hacia ella. En efecto, la Escuela fue recibida corporativamente durante meses, una vez a la semana, en Misa de madrugada en el Palacio Episcopal, durante la cual les impartía una meditación.

Y ello nos hace enlazar con otro hecho trascendental en la historia de los Cursillos.

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