Acerca de nosotros

Somos un grupo de cursillistas que vivimos en Canadá y queremos ser fieles al Carisma Fundacional del Movimiento. Carisma recibido por Eduardo Bonnín, fundador del mismo. Nuestro deseo es propagar el Carisma del Movimiento. De esta manera se podrá continuar con lo que Eduardo fundó. Evitando así las desviaciones, modificaciones o agregados que con buena intensión se hacen pero que se alejan de lo que son verdaderamente los Cursillos de Cristiandad.

Eduardo define así:

"El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta, y por la gracia de Dios, trata de conseguir que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario".

martes, 15 de marzo de 2011

La Aventura de Jesus de Nazareth – Alain Patin

ORIGEN DE LOS TEXTOS
  Jesús no escribió. Cuanto sabemos de El proviene de los testigos que le acompañaron en su aventura humana. Tampoco ellos comenzaron escribiendo; los escritos fueron apareciendo muy lentamente; veinte, treinta, cuarenta años después de la muerte de Jesús.
  En aquella época el principal medio de comunicación y de información era la palabra; la mayor parte de la gente no sabía leer ni escribir.
  Además los primeros cristianos se reunieron alrededor de una experiencia vital y no alrededor de un texto, de una especie de «manifiesto cristiano» que fuera como la piedra fundacional de su movimiento. No tenían la preocupación de escribir porque era en ellos mismos donde experimentaban la novedad de algo que les acontecía: a través de Jesús, sus amigos y compañeros iban descubriendo una vida nueva.
  Comprendieron que esa experiencia no era algo que debiera quedar reservado para unos pocos, sino que todos podían hacerla: no era necesario saber leer y escribir, ni ser capaz de largas reflexiones; tampoco era preciso ser judío, ni, incluso, ser de una moralidad irreprochable. Características éstas muy importantes, pues sin ellas la renovación que traía Jesús hubiera quedado reservada a una élite intelectual, racial o moral. Pero no: todos podían sumergirse (bautizarse) en una vida diferente y reconocer que el Espíritu de Jesús era capaz de transformarles. Esta experiencia les marcaba con tal fuerza que no pensaron en ponerla por escrito; no era necesario.
  Pero a medida que las comunidades se multiplicaban, aparecían también nuevas cuestiones y era necesario darles respuesta. Entonces hombres como Pablo, Pedro, Santiago y otros enviaban cartas a las comunidades: los escritos más antiguos son estas cartas; el lugar en que ahora se las sitúa en el Nuevo Testamento podría inducirnos a pensar que son posteriores a los Evangelios: en la mayor parte de los casos es justamente al revés.
  Los Evangelios, que trazan más sistemáticamente las palabras y acciones de Jesús, fueron redactados más tarde para responder a las necesidades de la segunda generación cristiana (hacia los años 70-80): los primeros testigos, los que habían visto a Jesús, estaban ya muriendo y se sintió entonces la necesidad de poner por escrito lo que decían de El para garantizar la solidez de las enseñanzas recibidas.
  Hoy, como ayer, el texto de la Biblia no es lo primero: no es una recopilación de consejos válidos para cualquier circunstancia, ni una especie de «libro rojo» para uso de cristianos.
  No: la Biblia está ahí para ayudarnos a descifrar las señales que Dios nos presenta cada día a través de los acontecimientos, de las personas con quienes nos encontramos y de los proyectos que hacemos. Y por tanto es necesario buscar juntos la luz que aporta a nuestra vida; la Biblia no se comprende en su verdadero sentido si no es leída, penetrada y trabajada con otros (en Iglesia), pues es así como nació.

ALAIN PATIN LA AVENTURA DE JESÚS DE NAZARET COLECCION ALCANCE, 7 SAL TERRAE. SANTANDER-1979.Págs. 125-127

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