Conocemos y compartimos con gozo que numerosos cursillistas, desde el seno de organizaciones políticas, sindicales, empresariales, o simplemente cívicas, y desde muchos medios de comunicación, o al menos con el ejercicio de su sufragio, intentan mejorar las estructuras de la sociedad en que viven.
Pero al propio tiempo reiteramos que los Cursillos, como ideario y como movimiento, creen que los cambios estructurales podrán hacer la sociedad menos injusta y más habitable, pero no la harán por ello más evangélica. Es decir, que actúan coadyuvando al Precursillo colectivo, haciendo más viable la búsqueda, pero no generan el encuentro. Y creen también los Cursillos que una sociedad más evangélica sabrá darse sin esfuerzo en las estructuras acordes con la mejor creatividad de sus más lúcidos protagonistas.
Pensamos que si una estructura es formalmente más justa, más solidaria o más libre que el ambiente de la sociedad a la que se aplica, o bien crea tantas distorsiones como la previa estructura caduca, o bien no tarda en desintegrarse creando víctimas innecesarias y desesperanza quizá irreversible.
Alguien -muchos- tiene que cuidarse desde su seglaridad y vocación específicas, en cada tiempo y en cada lugar, de mejorar las estructuras y de afinar su funcionamiento, para que vayan acogiendo las mejores dimensiones colectivas del ambiente al que se aplican. Pero lo que nos parece más urgente y más trascendente -y para lo que los Cursillos sí están pensados-, es mejorar esos ambientes; incluidos lo ambientes políticos y sindicales, por supuesto.
En línea con lo anterior nos hemos opuesto y seguimos oponiéndonos a los enfoques directamente estructuralistas que se han querido dar a los Cursillos, desde los "Cursillos de Militantes" de la JACE española de los años 50, a recientes ensayos de laudables progresismos.
Extracto del libro
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