Jesús Valls
Los Cursillos, como movimiento diocesano de arraigada tradición en la Iglesia de Mallorca que los vio nacer, han profesado desde su origen –Cala Figuera en agosto de 1944– un inequívoco sentido de eclesialidad previo al reconocimiento de su singular carisma por la Iglesia Universal.
Su fundador, Eduardo Bonnín Aguiló, vivió su seglaridadcomo auténtica vocación con el objetivo de que las más personas posibles cayeran en la cuenta de que lo real de su vida podía alcanzar su mejor versión –hasta la culminación de lo posible– si se descubrían verdaderamente amadas por Dios.
La vida de los Cursillos ha avanzado a lo largo de la historia como proclamación «kerigmática» y ha profundizado en la elaboración práctica de una teología cristocéntrica. En la vivencia de los tres días y la perseverancia a través de la amistad, se va desarrollando una natural concepción por la que cada uno puede ir conociendo la figura de Jesús del Evangelio y se anima a resolver su vida haciendo pivotar el eje de su circunstancia personal sobre la interpelación de un Cristo vivo, normal y cercano. La concepción de un Cristo que por resucitado se hace presente y acompaña a cada uno, de tal manera que va favoreciendo y desarrollando una capacidad de reacción desde la bondad ante cada circunstancia.
En definitiva, el cursillo es una vida en la que se va produciendo un triple encuentro, en la dimensión de uno mismo, para poder sintonizar en la frecuencia de la fe en Dios y en la fiesta del encuentro con los demás, como testimonio de que la confianza en el Señor no defrauda. Los Cursillos mantienen desde su intención primigenia el objetivo de que el abstracto hecho salvífico de la Resurrección de Jesucristo viva en cada rostro y camine en cada persona con los pies de lo cotidiano.
El cursillo transmite la mentalidad de que ser cristiano no consiste en un «dar cuenta» de nada, sino en un «darse cuenta» de la inmensidad del Amor de Dios, por tanto que nos ha dado, causa extraordinaria de transformación y evolución personal que da sentido a todo lo que vivimos, que va dando calado al sentido de la vida, que genera poso en la conciencia y que ofrece otra perspectiva constantemente renovada por la que se va viendo con ojos nuevos las cosas de siempre y se transforman las almas en la aventura de ir siendo persona.
Por encima de las tensiones por las que la Iglesia Universal ha venido a reconocer la singularidad del carisma fundacional de los Cursillos, gracias al cual una gran inmensidad de bautizados perseverantes en las ultreyas y reuniones de grupo, tendentes a la amistad químicamente pura desde la identidad con Jesús del Evangelio llevan esta realidad a su vida normal, convive en los dirigentes de Cursillos la consciencia de una seglaridad plena en identidad con la misión de la Iglesia, viviendo dicha seglaridad como fundamento de la acción evangelizadora y que se reivindica para ser reconocida en sí misma como parte de toda acción pastoral.
Los Cursillos transmiten la concepción de una Iglesia que es portadora de la gracia simbolizada en la acción de los sacramentos, que cuenta con el imprescindible papel de los sacerdotes, quienes tienen la oportunidad también de testimoniar el sentido de su sacerdocio, amén de ser motivadores y acompañantes de la misión seglar para llevar a la vida de cada uno la luz del Evangelio.
En comunión con la Iglesia local, como movimiento diocesano, y en íntima identidad con la misión evangelizadora, los Cursillos quieren ser anunciadores de la mejor noticia, que Dios nos ama, comunicada por el mejor medio, que es la amistad, y que se dirige a lo mejor de cada uno, que es su ser de persona.
Lejos de una pretensión proselitista y abandonado todo sentido imperialista de recatolización de los ambientes, los Cursillos pretenden para quien vive la experiencia de un cursillo que cada uno aprenda a aceptarse como uno es, contando con la fortaleza de la gracia acompañante como verdadera dimensión espiritual por la que se mantiene fiel al Evangelio, comprender que puede ser mejor, en el sentido de entrenar las habilidades para entender todas las cosas que pasan como algo necesario para seguir el tránsito hacia una constante evolución personal y entender que toda solución tiene sentido al margen de su resultado y reconocimiento y que toda atención a otra persona le es favorable con independencia de nuestra capacidad de conquista, y hacer el camino en compañía, en el sentido de que solo nos salvamos en racimo y que es imprescindible compartir la aventura de ir siendo cristiano, permaneciendo abiertos a las realidades de los acontecimientos que trae la vida.
Ahora bien, ¿en qué sentido el Movimiento de Cursillos vive la sinodalidad en la concepción de ese «caminar juntos» y en relación con los aspectos señalados por el papa Francisco en cuanto a la comunión, la participación y la misión en la Iglesia de Mallorca?
Hay que decir que en no pocas ocasiones los Cursillos han sido tildados en su intención de promulgar una seglaridad exclusiva y excluyente respecto de la vivencia de lo fundamental cristiano, en cuanto que Dios en Cristo nos ama y que con la gracia que obra de los sacramentos podemos alcanzar por la fuerza de la fe y la luz del Evangelio la confianza en que el Amor es la mejor opción para alcanzar la plenitud e integrar el sentido de la Resurrección del alma. Y todo, por el especial entusiasmo con el que brota la noticia en las personas corrientes que viven un cursillo, sin quedar incorporados en la convocatoria parroquial.
Esta estigmatización en el ámbito diocesano tiempo atrás ha hecho permanecer durante muchos años un sentido de tolerancia desde el Palacio Episcopal que ha mantenido al Movimiento de Cursillos en una controlada equidistancia, considerando los más moderados de la diócesis desde una posición tibia que los Cursillos son un buen instrumento que comporta una labor positiva en su ámbito de actuación. No obstante, esta realidad ha convivido con la incesante convocatoria de cursillos de hombres y mujeres –salvo el parón del COVID-19– que siguen iniciando y reiniciando su vida en identidad con el Jesús del Evangelio, personas que, aún bautizadas la mayoría de ellas, vivían al margen de la fe sin haber abandonado toda idea de Dios, fruto del proceso de secularización tan avanzado que vive nuestra sociedad y que se reinician, cual confirmación del sentido de su bautismo, hacia una amistad consciente con el Señor.
Bajo esta realidad diluida en el tiempo subyace cierta nostalgia de una amistad plena que deseó el propio Eduardo Bonnín entre sacerdotes y seglares para el plan apostólico de que las más personas posibles vivan sabiendo que Dios lesama y resolver su vida desde la alegría por este motivo digno de la gracia actual y habitual, que es una sola gracia. Una amistad entre sacerdotes y seglares que la proliferación del estigma nunca dejó arraigar, pues no era lo mismo el deseo de domesticación para el bien de las filas pastorales que la mera difusión de las verdades del Evangelio para llegar a los tentáculos de la vida desde la libertad de los hijos de Dios que circulan por la vida autónomamente con el carnet de conducirse a sí mismos, sumados a la identidad con un Dios consciente y sin obedecer a ninguna convocatoria que no sea la de la vida misma. El ideal era que cada uno desde su papel de amistad –la del seglar– o de dirección espiritual –la del sacerdote– llegara donde no llegaba el otro para conseguir que Dios ganara el corazón de cada vida, atreviéndose a vivirla y entregarla para el Bien.
El fervor ardiente de los cursillistas de cristiandad se mantiene hoy todavía sin la asistencia de una diócesis dispuesta a proclamar el manifiesto que les dé la confianza necesaria para reemprender el fuego desde las brasas todavía existentes de lo que tiempo atrás fue. No obstante, algunos sacerdotes que han avanzado en su amistad personal con algunos dirigentes seglares de cursillos, se guardan en la posibilidad de que pueda rebrotar la buena semilla que han sido y que son los Cursillos. La dimensión internacional y la tramitación de procesos de estatutos con intereses de suplantar la naturaleza diocesana de los Cursillos –diplomacia heredada de quienes invitaban en todos los rincones de la Tierra a Eduardo Bonnín para conocer la esencia y finalidad y la mentalidad y el sentido de las estructuras del encuentro cursillista como la Reunión de Grupo, la ultreya y la escuela de dirigentes– aguantan la importancia de Mallorca como referencia de la intención original del surgimiento de los cursillos. No obstante, esta realidad se muestra insuficiente para que este movimiento seglar alcance su potencialidad evangelizadora en la diócesis de Mallorca.
Los cursillos, que nos enseñan a hablarle al Señor en voz alta y que motivan para llevar la fuerza del sagrario a la tensión de la vida, solicitan comprensión y respeto respecto de la falta de implicación para resolver los problemas diocesanos sobre los bienes temporales y piden paso para recibir la bendición explícita legitimadora para expandir a lo grande su misión. En la sinodalidad así vivida, desde la Iglesia legitimadora, los cursillos quieren avanzar no como un verso suelto, pero sí con un paso singular que los identifica diferentes en ese caminar juntos. Con tendencia centrífuga hacia el mundo, para alcanzar a los más posibles, dando voz a más testigos que maestros, que puedan aportar la luz del Evangelio como verdad eterna en medio de esta actualidad transitiva que vivimos en el tiempo actual y que se nos muestra globalmente polarizada por las revoluciones de carácter demográfico, que nos llevan a una sociedad cada vez más plural, de carácter tecnológico, que nos llevan a una sociedad cada vez más robotizada, de carácter digital, que menguan el valor de la presencia personal y de carácter genético, que es donde se debatirá la verdadera cuestión moral.
Frente a todo ello, para que arraigue la buena semilla, ya no podemos continuar manteniendo desde la Iglesia que camina y que hoy se examina a sí misma en la presente dinámica sinodal, la proliferación de una moral sin convicción, una religiosidad sin fe y una política sin altruismo en la propia Iglesia local. Hay que dar inevitablemente un paso adelante, dejando lo viejo a un lado, dejando de responder insistentemente a cuestiones que ya no están en duda para la mayoría de las personas y elaborar respuestas vivas para ser la voz de Cristo en las nuevas cuestiones de todo orden que surgen en nuestro entorno personal y social desconocidas hasta el momento.
A tantos años del Concilio Vaticano II en que la seglaridadquiso alcanzar su mayoría de edad, hoy los seglares vienen también a ser los encargados de mantener a la Madre Iglesia que los ha criado y auspiciado. Ha llegado el momento de la imprescindible seglaridad, no solo necesaria para mantener el testimonio del Evangelio portador de la idea de que el Amor es la fuerza más poderosa para vivir y resolver la vida, sino que esa verdad no puede consistir exclusivamente en el seguimiento domesticado de un cauce unívoco de abstenciones por las que transitar la vida hacia una santidad heroica, debiendo predicarse un mensaje compatible con la normalidad y la extensa llanura de la experiencia de cada vida personal, en cuyo contraste se esculpe el verdadero amor y la belleza, que por resucitado nos descubre el Señor.
¡Sigamos caminando más juntos!
(Publicat a la revista COMUNICACIÓ -140-141 – 2022)
Thanks to Jesus. Splendid text.
ResponderEliminarProfound understanding so typical of Jesus , so loved by Eduardo Bonnin. Mary Dolan.
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