Entiendo que el momento crucial de la génesis de los cursillos de cristiandad es la fase inmediatamente posterior a aquella Semana Santa de 1943, en que Bonnín relaciona lo vivido en el Cursillo de Peregrinos con sus inquietudes personales más profundas y con su experiencia catalizadora de los ambientes descristianizados. Llegó a la conclusión de que algo a la vez similar y diferente de aquel Cursillo de Jefes de Peregrino, podría conseguir dinamizar en cristiano no sólo un acontecimiento determinado –como la Peregrinación a Santiago–, sino la vida normal y diaria de los ambientes reales y concretos.
De esta inquietud surge un texto –el esquema «Estudio del Ambiente»– que elaboró Eduardo en ese mismo año de 1943, y que expuso en público por vez primera en el Seminario Diocesano de Mallorca, durante la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción de aquel año, acogiéndose a la invitación que para ello le hizo el rector de dicho Seminario, D. José Rossell.
Poco después, en el siguiente Cursillo de Jefes de Peregrino dado en Mallorca, los dirigentes nacionales de Acción Católica que lo dirigían, recibieron la propuesta de Ferragut y Bonnín de que ese esquema, «Estudio del Ambiente», se incorporara como una de las charlas a impartir. Conocedores de su contenido, aceptaron complacidos, y Bonnín, con ese texto, intervino como «profesor», comprobando que sus ideas básicas eran bien captadas en el positivo y distendido ambiente de aquel Cursillo.
Quienes hemos trabajado en Cursillos con una cierta mentalidad de análisis e investigación, hemos constatado sin posibilidad de duda que en aquel esquema de «Estudio del Ambiente» –el mismo que ha venido a constituir el primer tema del tercer día del cursillo de Cristiandad–, se contiene ya en síntesis cuanto habrían de ser, para su iniciador, los Cursillos de Cristiandad.
Efectivamente, el considerar que la realidad se mueve más por ambientes que por estructuras, organizaciones o clases, y que hace falta un profundo conocimiento del ambiente propio para transformarlo, distinguiendo muy bien quienes tienen en él luz o entidad propia y quienes configuran «el ambiente» propiamente dicho –o «la masa»– centrándose en los primeros y aplicando una estrategia muy diferenciada según permanezcan éstos en el ámbito del «nosotros» o de «los otros», constituye la espina dorsal del posterior movimiento de Cursillos cuando es genuino. Lo que se completa si se tiene en cuenta que, según este esquema, para captar a «los otros» lo necesario en primer lugar es captar su corazón, y sólo después intentar iluminar su cabeza, para en último lugar imantar su voluntad. Este será precisamente el recorrido psicopedagógico del cursillo de cristiandad, quintaesenciado. Como se advertirá que, para los ya incardinados en un «nosotros», el proceso es radicalmente inverso –voluntad, cabeza, corazón–, lo que plasma en esencia la metodología más identificadora del postcursillo. Y como se comprenderá que al hablar del ambiente en general, el esquema delineaba ya las pautas definitorias de lo que más tarde conoceremos como precursillo.
Tras el gesto de los representantes de la Acción Católica Nacional de incorporar a Bonnín como profesor de los Cursillos de Jefes de Peregrino, se produjo con naturalidad la entrada de Eduardo en aquella organización seglar de la Iglesia, donde se le recibió con esperada confianza, en un momento en que Ferragut, por razones reglamentarias de edad, tenía que dejar la presidencia diocesana, lo que originaba una inevitable recomposición del Consejo. El nuevo presidente, José Font, que era al propio tiempo Director del Instituto de Enseñanza Media de Palma, propuso la designación del recién llegado para una de las vocalías del Consejo Diocesano, la de «reconstrucción espiritual» –curioso nombre, con evidente sabor de postguerra, que casualmente expresa de forma muy gráfica la labor que a Bonnín le esperaba–.
Tanto Font como los demás componentes del Consejo veían a Bonnín, por su singularidad personal, como el obligado sucesor en la presidencia diocesana, por lo que le permitieron desde el primer momento una gran libertad de movimientos para que experimentara y pusiera en práctica sus revolucionarios planteamientos.
Especialmente importante resultó en esta fase la actitud inusualmente tolerante por aquellas fechas del Consiliario, D. José Dameto, hombre exquisito y refinado, de familia aristocrática, que supo llevar a la práctica como muy pocos de sus compañeros de sacerdocio en dicha etapa el respeto a la iniciativa y la autonomía del seglar, teóricamente tan bendecida y prácticamente tan coartada en la Acción Católica de los años 40 y aun posteriores.
En ese clima, y proyectando a la realidad su esquema de Estudio del Ambiente, Bonnín pensó y elaboró –desde su experiencia del Cursillo de Jefes de Peregrino– todo un método que sirviera para fermentar en cristiano las personas y ambientes «alejados», y para revitalizar en profundidad los más próximos.
Llegará a la conclusión de que en la vida normal casi nadie dispone de una semana entera para interrumpir sus actividades, por lo que debía comprimir el método en un máximo de tres días y medio. Rehizo todos y cada uno de los temas que impartían los seglares, aun aquellos cuyo título era coincidente –Piedad, Estudio, Acción, Dirigentes y Obras Marginales–, para adaptarlos a la mentalidad del no creyente, e imbuirlos de los principios expuestos en Estudio del Ambiente.
Por lo que respecta al «retiro» inicial de los Cursillos de Peregrinos, Bonnín respetó los esquemas de aquéllos, si bien introdujo, como pieza metodológica que resultó muy relevante, la celebración del «Viacrucis» según texto del Padre Llanos, como primer acto del Retiro, previendo que en su desarrollo se diera protagonismo, sin aparentar premeditación, a los que se entendía podrían dar después mayores problemas para integrarse en el cursillo.
“También respetó íntegramente los esquemas de las cinco charlas sobre la Gracia que en los Cursillos de Peregrinos impartían los sacerdotes, para no inmiscuirse en su terreno.
En cuanto a la conducción del ambiente propio del Cursillo, alteró sustancialmente los cometidos del equipo de «profesores», cuidando de que aparecieran al servicio de los asistentes y no segregados de ellos (servir la mesa en las comidas, presencia en las charlas y en todos los demás actos, etc.), y tratando de que alcanzaran con todos y cada uno una relación realmente personal (labor «de pasillo»). Por otra parte, adaptó los resortes de relajamiento del ambiente, fomentando los chistes y las canciones no religiosas ni meramente folklóricas; reforzó la acción de los grupos o decurias, etc.
Para mí no cabe ninguna duda de que el cursillo de cristiandad nació de este trabajo de Bonnín de repensar de arriba a abajo el Cursillo de Jefes y Adelantados, para adaptarlo a un fin radicalmente distinto y a una mentalidad que juzgó también radicalmente innovadora, que se expresa en el esquema tantas veces mencionado de «Estudio del Ambiente», ya incorporado previamente a los Cursillos de Peregrino, al menos en Mallorca.
Las primeras dificultades de Bonnín para que le dejaran poner en práctica su novedoso método, se centraron en su pretensión de que un mismo sistema hubiera de servir para personas de diferentes niveles culturales y sociales, y para gentes descreídas y gentes con fe. Esa fue la primera «piedra de escándalo», que Bonnín intentaba atajar con citas de textos de autores hoy quizás un tanto olvidados, pero que creo interesante recordar ahora porque en aquel momento tuvieron un determinado peso conceptual o metodológico en el alumbramiento de los Cursillos. Se trata, entre otros, de Beda Hemegger, del Padre Will, de Alfredo Mª Cavagna, del Padre Cruz Ugalde, del Padre Charles o de Chautard, que investigaban –más que teorizaban– sobre lo que el «apostolado seglar» podía y debía ser.
“Sin duda, esa polémica sobre la especialización o no especialización del nuevo método según cultura y religiosidad de sus destinatarios, la protagonizó en aquel primer momento, frente a Eduardo, D. Sebastián Gayá, un sacerdote ya muy prestigiado en la Isla pese a su juventud, responsable en Mallorca, por aquellos años, de la Pastoral Universitaria, y que sin embargo poco después asumiría un notable papel en la génesis de Cursillos, tras incorporarse como Consiliario al Consejo Diocesano de jóvenes y sustituir a D. José Dameto. Quizás el punto de inflexión en su actitud la marcara la intervención que tuvo Bonnín por invitación de Gayá, en 1944, en la «Escuela de Propagandistas» que este último dirigía, y en la que Eduardo expuso el esquema que había preparado como tema final de «su» método, el que pasaría a integrar el rollo de «Cursillista más allá del Cursillo», que describe con gran capacidad de síntesis el perfil del seglar que aspira a suscitar el Cursillo. O quizás el cambio de actitud de D. Sebastián ante los nacientes Cursillos no se produjera sino más tarde, cuando el Doctor Hervás le nombró Consiliario de los jóvenes con instrucciones de potenciar y supervisar el nuevo movimiento. Lo que es indudable por los datos que he recogido, es que Bonnín tuvo desde el primer momento un gran interés en que Gayá se sumase a su proyecto, y que éste así lo hizo tras resistirse algún tiempo por no asumir la dimensión intercultural (o interclasista) del método que se creaba.
Aparte de con Gayá, Bonnín tuvo que defender frente a muchos más su planteamiento de un Cursillo abierto a cualquier tipo de creencia, de cultura o de otras dimensiones de la persona, siempre que tuvieran inquietud personal y personalidad real (lo que él llamaba «médula» y «hueso»). Y así lo defendió, con escaso éxito entre los «selectos» –sacerdotes o seglares con estudios superiores–, y con buena acogida entre los más sencillos. La actitud permisiva de D. Jose Dameto fue entonces decisiva, y con un grupo de seglares, básicamente de ambientes rurales, que admiraban su convicción pero no entendían muy bien su contenido integro, Bonnín pudo organizar un Cursillo según sus esquemas.
Se celebró el primer Cursillo según los esquemas de Bonnín en un «chalet» de Cala Figuera de Santanyí, en Mallorca, entre el 20 y el 23 de agosto de 1944.
El Director Espiritual de este primer Cursillo de Cristiandad de la historia fue el Reverendo D. Juan Juliá, actuando de «rector» Eduardo Bonnín y de «profesores» Jaime Riutort y José Ferragut.
Los asistentes fueron 14: cuatro que ya han fallecido, Sebastián Mestre, Antonio Binimelis, Leopoldo Febrer y Bartolomé Obrador; y diez que sobreviven, Miguel Rigo, Francisco Oliver, Onofre Arbona (después, destacado dirigente), Francisco Grimalt, Salvador Escribano, Damián Bover, Antonio Mesquida (hoy sacerdote), Francisco Estarellas, Antonio Obrador y Antonio Mas.
Recientemente, en 1989, celebraron su 45 aniversario, reuniéndose en torno a la Eucaristía y un almuerzo. Todos los que viven asistieron, o justificaron su inasistencia y enviaron su adhesión.
Fragmento de: Francisco Forteza Pujol. “Historia y Memoria de Cursillos”.
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