Acerca de nosotros

Somos un grupo de cursillistas que vivimos en Canadá y queremos ser fieles al Carisma Fundacional del Movimiento. Carisma recibido por Eduardo Bonnín, fundador del mismo. Nuestro deseo es propagar el Carisma del Movimiento. De esta manera se podrá continuar con lo que Eduardo fundó. Evitando así las desviaciones, modificaciones o agregados que con buena intensión se hacen pero que se alejan de lo que son verdaderamente los Cursillos de Cristiandad.

Eduardo define así:

"El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta, y por la gracia de Dios, trata de conseguir que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario".

viernes, 6 de marzo de 2020

XVII. La intimidad y sus niveles





La amistad es la cota más alta a que ha llegado el hombre. Cuando la amistad es químicamente pura, extensión de pura gratuidad, magnetiza y fascina. Aunque casi todo el mundo se mueve por interés, sin saberlo, lo que le interesa de los otros, en el fondo, es el desinterés.

Alguien ha dicho que la quinta esencia de la amistad podría resumirse en la doble afirmación de «estoy contento de que existas; el mundo es más bello porque existes tú».

La amistad es procurar y hacer posible la libertad del otro.

Aceptar al otro como es, en toda su globalidad, sin sectorizar el concepto que tengamos de él, ni pormenorizarlo, inventariando sus carencias, sus cualidades concretas o su posición. Y ello precisamente porque la amistad exige un respeto profundo del campo de lucha del otro, del escenario interior donde se producen las concretas batallas en que uno tiene que luchas solo. La ayuda que se puede prestar al amigo no puede ser a base de dar soluciones y respuestas a preguntas que no se formulan o empujones que fuercen su decisión, ni reprimendas «cariñosas» —pero al fin y al cabo «reprimendas»— que, aún más si se saben fruto de una auténtica amistad, pueden llegar a aturdirle.

La confidencia tiene que ser recibida con respeto, como un gran regalo, y por tanto con sincero y asombrado reconocimiento, con unción atenta y desvelada atención, con ilusión.

Ahora bien, la amistad supone la clara noción de que existen distintos niveles de intimidad:

de un tú a otro tú
de un tú a un nosotros
de un nosotros a un nosotros
de un nosotros a un vosotros

En todos estos niveles, y muy especialmente en el nivel del tú a tú —que es el más importante y genuino, y cuya existencia es lo que da sentido y razón a los demás niveles— la amistad cristaliza mediante un proceso.

Este proceso, si bien tiene en todos los casos unas características comunes, en cada ocasión sigue estadios y ritmos diferentes, ya que todos ellos, en la ruta hacia su finalidad, manifiestan la radical originalidad de lo nuevo, así como la novedosa creatividad de lo que se estrena, y una visión abierta al futuro de lo que pueda ser.

La primera característica común a estos procesos de amistad es abrir brechas en la muralla de los mutuos prejuicios, «roles» y estereotipos, con los que —casi siempre inconscientemente— se ha etiquetado al otro. Las circunstancias acumuladas que siempre recubren y encubren la estructura vital del hombre, seguirán, aunque cada vez en menor medida, influyendo negativamente en la relación, hasta que ésta reciba al verdadero sentido del otro, que es su capacidad activa de amar y de ser amado.

Otra nota característica de los procesos de amistad es la importancia del impacto que produce en ambos el primer encuentro. Si en ese primer encuentro se produce una corriente de mutua admiración, la progresividad de esta corriente acelera todo el proceso. En cambio, si no se produce esta «chispa» inicial, el proceso suele ser más lento, y sólo suelen remontarlo cuando al menos uno de ellos se encuentra en disposición de conectar con la zona admirable que siempre tiene la genuinidad del otro. Pero toda relación auténtica de amistad acaba basándose y vitalizándose en una convergencia de admiraciones.

Otra característica muy frecuente en los procesos de amistad, es que unas veces al iniciarse y otras más tarde, tiende a centrarse la comunicación con el otro en «lo suyo» y «los suyos», más que en él mismo, lo que se agrava si coincide con que «el otro», a su vez, está pendiente de «lo mío» y «los míos», y no centrado en un eje integrador y dinámico. Singularmente cuando a uno le ha sucedido algo destacable, que seguro vale la pena contar, es frecuente que lo cuente y recuente tantas veces que tome el sesgo de una presunción, en lugar de ser una comunicación.

Finalmente destacaríamos como nota característica común a los diversos procesos de amistad, que en algún momento siempre suele interferir o intentar interferir en la relación amistosa alguna tercera persona que, de más o menos buena fe, desequilibra el ritmo del proceso quitando brillo a la admiración, unas veces por envidia, otras por celos y otras simplemente por paternalismo.

Aún superadas todas estas etapas, la amistad siempre es cultivo delicado, como una planta, que no puede hacerse crecer tirando de sus hojas; como una rosa, que sólo se abre a la luz y al calor que produce la dinámica del mismo proceso. La amistad es como una hucha que no debe romperse para ir a comprar una caja de cerillas.

La persona, para ejercer de tal, tiene que tener convicción y decisión. La convicción sola, produce teóricos. La sola decisión, imprudentes.

El hombre, la persona, se da siempre circunstanciada, si bien hay una corriente continua mutua y recíproca, de la circunstancia al hombre, y del hombre a la circunstancia. Los hombres se influencian siempre unos a otros recíprocamente. Cuando entre dos personas se produce una corriente de amistad y de simpatía, la influencia es mucho mayor. La influencia de amigo a amigo puede encaminarse hacia el logro de ir consiguiendo esclarecer su convicción, con el fin de que sea más lúcida. Pero, en cambio, nunca es bueno que la influencia del amigo sea empleada para empujarle a una decisión, porque las consecuencias que se derivan de una decisión errada, van a caer todas sobre el que ha tomado la decisión, no sobre el que le forzó a tomarla.

Fragmento de: Eduardo Bonnín y Francisco Forteza. “Evidencias Olvidadas”. Apple Books.

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