La amistad es la
cota más alta a que ha llegado el hombre. Cuando la amistad es químicamente
pura, extensión de pura gratuidad, magnetiza y fascina. Aunque casi todo el
mundo se mueve por interés, sin saberlo, lo que le interesa de los otros, en el
fondo, es el desinterés.
Alguien ha dicho que
la quinta esencia de la amistad podría resumirse en la doble afirmación de
«estoy contento de que existas; el mundo es más bello porque existes tú».
La amistad es
procurar y hacer posible la libertad del otro.
Aceptar al otro como
es, en toda su globalidad, sin sectorizar el concepto que tengamos de él, ni
pormenorizarlo, inventariando sus carencias, sus cualidades concretas o su
posición. Y ello precisamente porque la amistad exige un respeto profundo del
campo de lucha del otro, del escenario interior donde se producen las concretas
batallas en que uno tiene que luchas solo. La ayuda que se puede prestar al
amigo no puede ser a base de dar soluciones y respuestas a preguntas que no se
formulan o empujones que fuercen su decisión, ni reprimendas «cariñosas» —pero
al fin y al cabo «reprimendas»— que, aún más si se saben fruto de una auténtica
amistad, pueden llegar a aturdirle.
La confidencia tiene
que ser recibida con respeto, como un gran regalo, y por tanto con sincero y
asombrado reconocimiento, con unción atenta y desvelada atención, con ilusión.
Ahora bien, la
amistad supone la clara noción de que existen distintos niveles de intimidad:
de un tú a otro tú
de un tú a un
nosotros
de un nosotros a un
nosotros
de un nosotros a un
vosotros
En todos estos
niveles, y muy especialmente en el nivel del tú a tú —que es el más importante
y genuino, y cuya existencia es lo que da sentido y razón a los demás niveles—
la amistad cristaliza mediante un proceso.
Este proceso, si
bien tiene en todos los casos unas características comunes, en cada ocasión
sigue estadios y ritmos diferentes, ya que todos ellos, en la ruta hacia su
finalidad, manifiestan la radical originalidad de lo nuevo, así como la
novedosa creatividad de lo que se estrena, y una visión abierta al futuro de lo
que pueda ser.
La primera
característica común a estos procesos de amistad es abrir brechas en la muralla
de los mutuos prejuicios, «roles» y estereotipos, con los que —casi siempre
inconscientemente— se ha etiquetado al otro. Las circunstancias acumuladas que
siempre recubren y encubren la estructura vital del hombre, seguirán, aunque
cada vez en menor medida, influyendo negativamente en la relación, hasta que
ésta reciba al verdadero sentido del otro, que es su capacidad activa de amar y
de ser amado.
Otra nota
característica de los procesos de amistad es la importancia del impacto que
produce en ambos el primer encuentro. Si en ese primer encuentro se produce una
corriente de mutua admiración, la progresividad de esta corriente acelera todo
el proceso. En cambio, si no se produce esta «chispa» inicial, el proceso suele
ser más lento, y sólo suelen remontarlo cuando al menos uno de ellos se
encuentra en disposición de conectar con la zona admirable que siempre tiene la
genuinidad del otro. Pero toda relación auténtica de amistad acaba basándose y
vitalizándose en una convergencia de admiraciones.
Otra característica
muy frecuente en los procesos de amistad, es que unas veces al iniciarse y
otras más tarde, tiende a centrarse la comunicación con el otro en «lo suyo» y
«los suyos», más que en él mismo, lo que se agrava si coincide con que «el
otro», a su vez, está pendiente de «lo mío» y «los míos», y no centrado en un
eje integrador y dinámico. Singularmente cuando a uno le ha sucedido algo
destacable, que seguro vale la pena contar, es frecuente que lo cuente y
recuente tantas veces que tome el sesgo de una presunción, en lugar de ser una
comunicación.
Finalmente
destacaríamos como nota característica común a los diversos procesos de
amistad, que en algún momento siempre suele interferir o intentar interferir en
la relación amistosa alguna tercera persona que, de más o menos buena fe,
desequilibra el ritmo del proceso quitando brillo a la admiración, unas veces
por envidia, otras por celos y otras simplemente por paternalismo.
Aún superadas todas
estas etapas, la amistad siempre es cultivo delicado, como una planta, que no
puede hacerse crecer tirando de sus hojas; como una rosa, que sólo se abre a la
luz y al calor que produce la dinámica del mismo proceso. La amistad es como
una hucha que no debe romperse para ir a comprar una caja de cerillas.
La persona, para
ejercer de tal, tiene que tener convicción y decisión. La convicción sola,
produce teóricos. La sola decisión, imprudentes.
El hombre, la
persona, se da siempre circunstanciada, si bien hay una corriente continua
mutua y recíproca, de la circunstancia al hombre, y del hombre a la
circunstancia. Los hombres se influencian siempre unos a otros recíprocamente.
Cuando entre dos personas se produce una corriente de amistad y de simpatía, la
influencia es mucho mayor. La influencia de amigo a amigo puede encaminarse
hacia el logro de ir consiguiendo esclarecer su convicción, con el fin de que
sea más lúcida. Pero, en cambio, nunca es bueno que la influencia del amigo sea
empleada para empujarle a una decisión, porque las consecuencias que se derivan
de una decisión errada, van a caer todas sobre el que ha tomado la decisión, no
sobre el que le forzó a tomarla.
Fragmento de:
Eduardo Bonnín y Francisco Forteza. “Evidencias Olvidadas”. Apple Books.
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