Acerca de nosotros

Somos un grupo de cursillistas que vivimos en Canadá y queremos ser fieles al Carisma Fundacional del Movimiento. Carisma recibido por Eduardo Bonnín, fundador del mismo. Nuestro deseo es propagar el Carisma del Movimiento. De esta manera se podrá continuar con lo que Eduardo fundó. Evitando así las desviaciones, modificaciones o agregados que con buena intensión se hacen pero que se alejan de lo que son verdaderamente los Cursillos de Cristiandad.

Eduardo define así:

"El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta, y por la gracia de Dios, trata de conseguir que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario".

martes, 11 de junio de 2019

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Martes, 11 de junio de 2019
El Evangelio de hoy (Mt 10,7-13), fiesta de San Bernabé, recoge la misión de los apóstoles, la misión de todo cristiano. Un cristiano no puede quedarse quieto, la vida cristiana es salir, siempre, como nos dice Jesús: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios”. Esa es la misión, y se trata de una vida de servicio. La vida cristiana es para servir. Es muy triste ver cristianos que al principio de su conversión o de ser conscientes de que son cristianos, sirven, están abiertos a servir, sirven al pueblo de Dios, pero después acaban por servirse del pueblo de Dios. Y eso hace mucho daño al pueblo de Dios. Porque la vocación es para “servir”, no para “servirse de”.

La vida cristiana es además una vida de gratuidad. También en el Evangelio de hoy el Señor va al núcleo de la salvación: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. La salvación no se compra, se nos da gratuitamente: Dios nos salva gratis, no nos hace pagar. Y como Dios hace con nosotros, lo mismo debemos hacer nosotros con los demás. Y precisamente esa gratuidad de Dios es una de las cosas más hermosas. Saber que el Señor está lleno de dones para darnos. Solo nos pide una cosa: que nuestro corazón se abra. Cuando decimos “Padre nuestro” y rezamos, abrimos el corazón, para que venga esa gratuidad. No hay trato con Dios fuera de la gratuidad. A veces, cuando necesitamos algo espiritual o una gracia, decimos: “Pues ahora ayunaré, haré penitencia, rezaré una novena…”. Y está bien, pero estad atentos: eso no es para “pagar” la gracia, para “conseguir” la gracia; eso es para ensanchar tu corazón y que venga la gracia. La gracia es gratuita. Todos los bienes de Dios son gratuitos. El problema es que el corazón se encoge, se cierra, y no es capaz de recibir tanto amor gratuito. No debemos negociar con Dios: ¡con Dios no se regatea!

Y luego, dar gratuitamente: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. Y esto va especialmente dirigido a los pastores de la Iglesia, para no vender la gracia. Causa mucho daño encontrar pastores que hacen negocios con la gracia de Dios: “Sí, lo haré, pero cuesta tanto…”. La gracia del Señor es gratuita y debes darla gratuitamente. En nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de “resbalarnos” en el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos sobornarle. ¡No! ¡Así no! No va por ahí: “Señor si tú me haces esto, yo te daré esto otro”; ¡no! Yo hago esta promesa, pero eso me agranda el corazón para recibir lo que está allí, gratuito para nosotros. Ese trato de gratuidad con Dios es lo que nos ayudará luego a tenerlo con los demás, en el testimonio cristiano, en el servicio cristiano y en la vida pastoral de los que son pastores del pueblo de Dios.

“Salid a los caminos”. La vida cristiana es andar. Predicar, servir, no “servirse de”. Servid y dad gratis lo que gratis habéis recibido. Que nuestra vida de santidad sea ensanchar el corazón, para que la gratuidad de Dios, las gracias de Dios que están ahí, gratuitas, y que Él nos quiere dar, puedan llegar a nuestro corazón. Así sea.

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