Comienza el mes de octubre, mes que la Iglesia dedica al Santo Rosario. Hoy me siento muy cerca de la Virgen, Madre de la Humanidad. Te pones en oración con el corazón abierto y te sitúas como un testigo silencioso en aquella humilde habitación de Nazaret donde María recibe la visita del ángel. Después de haberla saludado, la criatura celestial se maravilla ante la belleza del alma de la Virgen. ¡Qué hermoso cumplido para María oírse a sí misma decir por boca de Gabriel: “El Señor está contigo”! El ángel ha venido a recoger una palabra hablada en nombre de toda la humanidad. Su presencia es ganar en el cielo el más hermoso “Sí” que salió del corazón de una persona humana y así poder repetirlo sin cesar en el rostro de Dios, para su gloria y para la eterna humillación del diablo.
El rezo del Rosario nos devuelve a ese momento, objeto del primer misterio del Rosario que, se podría decir, florece en todos los demás misterios. A través de la letanía del Padrenuestro y del Avemaría, el Rosario ofrece así un camino de oración, atravesando sucesivamente los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de la vida de Jesús y María. A merced de la contemplación, el avance espiritual, la pesadez o la ligereza del alma, la atracción será más fuerte ya sea hacia la meditación de los misterios o hacia la simple recitación del Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria, oraciones bañadas en la luz de los rostros de Dios y de María. Todo en la compañía del Dios Padre, del Dios Hijo, del Dios Espíritu Santo y la Madre de Dios.
Los misterios del Rosario son variados. Desde la adición de los misterios luminosos por San Juan Pablo II, ahora cubren la gran variedad de eventos en la vida de Jesús y María. Eventos de nacimiento alegres y entrañables; hechos fundacionales del inicio de la vida pública y su desarrollo; hechos dolorosos del encuentro con el mal, con el odio que hay en el corazón de cada hombre, y la respuesta del amor a través de la Cruz; finalmente, acontecimientos gloriosos, tanto para Jesús como para María, que cierran sus peregrinaciones en la tierra. Ante situaciones tan variadas, el alma tiene una sola oración que se repite sin cesar: Padrenuestro y Avemaría que florecen en la doxología del Gloria. Esta oración es válida para todo porque lo dice todo.
Nuestra vida humana, como la vida de Jesús, ha sido, está o estará compuesta de acontecimientos alegres, luminosos, dolorosos y esperamos también gloriosos. Ante estos acontecimientos y más particularmente dolorosos, a veces nos desarmamos.
¿No es el Rosario la respuesta, el arma universal? ¿Cómo dudar de un Dios que quiere ser llamado Padre? ¿Cómo no esperar, con tranquila confianza, en el poder de la oración de María por los pobres pecadores que todos somos, ahora y en la hora de nuestra muerte?
El Rosario, al dirigir nuestra mirada hacia Dios y María, da una orientación a la vida, una espiritualidad; no lo que se desarrollaría en un rizo estéril de la observación de la impotencia, la miseria y la debilidad, sino una espiritualidad de esperanza. Sí, quien reza el Rosario, le guste o no, quiera o no, está obligado a mirar al cielo. A veces es ciertamente una mirada fugaz, la mirada de un alma demasiado preocupada por sí misma, pero las palabras, sin embargo, acaban pronunciándose.
Nuestra Señora del Rosario podría ser honrada con el título de patrona de los ladrones, buenos ladrones, ladrones del cielo. ¿Cuántas almas se han encontrado con Dios a través del Rosario? ¿Cuántas almas llevan la miseria de otras almas, llevan al mundo, a través del sencillo pero fiel rezo del Rosario?
Las palabras de la Sabiduría, aplicadas por la liturgia a María, se iluminan entonces con un significado profético: “Y ahora, hijos míos, escúchenme: ¡felices los que guardan mis caminos!¡Feliz el hombre que me escucha, que vigila mis puertas día tras día porque el que me encuentra, encuentra la vida; obtiene el favor del Señor!”.
Hoy más que nunca, en este inicio del mes del Rosario quiero convertirme en uno de esos vigilantes que meditan y guardan la generosidad de Dios en su corazón, a través del rezo del Rosario. Me quiero enraizar en la vida pero, sobre todo, obtener el favor de Dios. Y hacerlo por medio de María.
En este inicio de mes de octubre nos unimos a las intenciones del Santo Padre de oración por la evangelización: recemos para que en virtud del bautismo los fieles laicos, en especial las mujeres, participen más en las instancias de responsabilidad de la Iglesia.